Comentario a la Ponencia Final del Congreso Nacional de Laicos II

2015-10-18 16.24.10

una naturaleza que va espesándose

  1. Sembrar semillas y cosechar espigas de sinodalidad

Comienza esta segunda parte con una larga reflexión sobre lo que es la sinodalidad, a pesar de haber dedicado gran parte de la primera parte a explicarla como método. Entonces, comienza diciendo que “estamos sembrando semillas para renovarnos y dinamizar el laicado en España; al mismo tiempo, estamos cosechando ya los primeros frutos de los cuales saldrán nuevas semillas de sinodalidad. De hecho, somos conscientes de estar ya contemplando brotes de sinodalidad.”. Entiendo que las semillas de las que dice el documento que se están sembrando, se referirá a las reflexiones, ciertamente acertadas, sobre en qué consiste la misión del cristiano para el mundo; y las nuevas semillas de sinodalidad que espera cosechar, tendrán que ver con la perspectiva expresada al final del documento sobre la continuidad que se propone dar a los trabajos del Congreso con el fin de responder a la que parece ser la cuestión clave: la respuesta como cristianos a la realidad social en la que estamos inmersos. Frutos estos que dice que ya se están cosechando, cuando todavía ni se atisba renovación ni dinamización alguna. Pero ciertamente hay que mantener viva la esperanza.

  • La Iglesia en salida es una Iglesia sinodal
  1. Pablo decía lo mismo pero sin utilizar la palabra sinodalidad. Es decir, y tal como recoge el documento: “en la común dignidad y misión de todos los bautizados”, como destaca “la eclesiología del Pueblo de Dios”, se fundamenta la naturaleza de la Iglesia como comunión.

Luego continúa intentando explicar la diversidad expresada en los distintos carismas que el Espíritu da a su Iglesia, como un bien a estimar porque “nos complementa”, como no puede ser de otra manera tratándose de dones recibidos del Señor. Aquí se le da una importancia terminante al “ejercicio de la sinodalidad” que nos lleva, dice, a “ponemos a la escucha del Espíritu y hacer juntos el camino pero cada uno desde su propia responsabilidad”, lo que es, en efecto, elemental.

  • La conversión pastoral y misionera

En este apartado se toca un punto clave, la necesidad de la conversión, pues, ciertamente, sin conversión no hay dones del Espíritu, ni misión, ni discernimiento que valga. El documento adjetiva esa conversión como: “conversión pastoral y misionera, comunitaria y personal” y se supone que para explicar esos calificativos, es para lo que recurre a la historia de Jonás en su misión de convertir a Nínive, y lo relata para explicar la necesidad de conversión de todos, incluida la jerarquía. Observación que me parece hoy día más que pertinente. En definitiva, es una llamada a la conversión para que desde la humildad podamos aceptar “el camino de la sinodalidad que la Iglesia está proponiéndonos hoy”. Aunque, como ya ha dicho el documento y he coincidido yo plenamente, es el mismo camino de la Iglesia desde sus orígenes: el de la comunión. O lo que Juan Pablo II explicaba con la expresión “trinidad en misión”. Para lo cual, por supuesto, es imprescindible la conversión. Por cierto que no sé si en el transcurso del Congreso fue este sacramento, el de la reconciliación, un elemento clave para el discernimiento o no.

  • La importancia de la cultura

En este punto, se nos recuerda, con palabras de Pablo VI la importancia de la doble fidelidad que requiere la evangelización, fidelidad al mensaje y fidelidad a las personas a las que dirigimos el mensaje. Palabras estas que, dice el documento, nos lleva a una conclusión: “reconocer el valor de la cultura”. La verdad que no deja de ser curiosa la trayectoria del razonamiento.

Para ilustrar esta afirmación, recurre a citar “desafíos antropológicos y culturales” de los que se habló en el Sínodo sobre los jóvenes. Desafíos como “el cuerpo, la afectividad y la sexualidad, el papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad; los nuevos paradigmas cognitivos y la búsqueda de la verdad; los efectos antropológicos del mundo digital; la decepción institucional y las nuevas formas de participación; la parálisis en la toma de decisiones por la superabundancia de propuestas; ir más allá de la secularización” que afirma son para nosotros “preguntas de nuestro tiempo” a la espera de nuestra respuesta.

Esta relación prolija de desafíos culturales, entiendo que es el nudo gordiano de todo el documento, sin embargo, no se detiene en ninguno de ellos para intentar iluminarlos. Sería interesante ver qué dice la tradición y, sobre todo, qué dice Jesucristo sobre cada uno de ellos. Los diez mandamientos y su perfeccionamiento dado por Jesús en el Sermón de la Montaña, son la sal de la vida. Jesús no vino a abolir la ley, por el contrario, vino a cumplir hasta la última tilde de la misma. Y dijo aún más, dijo que no bastaba con cumplirla con hechos, había que cumplirla con el corazón, con las intenciones, en la más oculta de las mociones internas. Para lograr lo cual tan sólo hay un camino, hacerse uno con Él. Pues es Él, y sólo Él, quien puede hacerlo en nosotros.

La historia nos demuestra además que la misión de la Iglesia ha sido siempre, evangelizar las culturas, cosa que ha hecho, por lo general, siendo enormemente respetuosa con ellas. Respeto que no está reñido con el rechazo de tantas formas culturales fruto del desconocimiento del amor de Dios por los hombres y que ignoraban la dignidad a la que Jesucristo nos había elevado.

Para ayudarnos a enfocar el problema nos da dos criterios paulinos sobre cómo ser cristianos en nuestro tiempo: “No os acomodéis a este mundo” y “examinad todo y retened lo bueno” y añade un pasaje de Mateo: “Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo”. Y sin más pasa al siguiente punto para hablar de este mandato de Jesús.

  • La Iglesia sinodal quiere ser sal y luz

Comienza afirmando que la Iglesia sinodal, es decir, la Iglesia de Jesucristo que vive la comunión, creo entender, quiere ser sal y luz para la cultura de nuestro tiempo. Y trae a colación una aportación de los jóvenes españoles al mencionado Sínodo de los jóvenes: “soñaban con una Iglesia misericordiosa, acogedora, cercana y abierta al mundo de hoy y, sobre todo una Iglesia fiel a Jesús y su Evangelio”.

La verdad es que la expresión “soñar” la veo poco apropiada tratándose de lo que se trata. Y no sólo la emplean los jóvenes. Pues Jesús no nos dice que soñemos con evangelizar a todas las gentes, nos dice: “Id y anunciad el Evangelio a todas las gentes”. En cualquier caso, el documento pasa a ponernos delante una serie de puntos que considera importante tener en cuenta para una tal empresa. Los vemos uno a uno: 1º “Salir hasta las periferias”, humildemente, acogerlos y caminar con ellos; 2º “Diálogo y encuentro” mediante los cuales la Iglesia llega “a asentarse en el mundo”; 3º “Vivir desde la oración y los sacramentosde modo que encontremos en ellos la fuerza necesaria para tamaña empresa; 4º “Apertura a quienes buscan”, es decir, tener una actitud de puertas abiertas” (…) para abrir puentes; 5º “Cultivar las semillas del Verboque ya están presentes en todos, y hacerlo paso a paso; 6º “Cercanía a los pobres y a quienes sufren”, pilar básico para la Iglesia; 7º “Anunciar el Evangelio, pues vivir la fe, exige comunicarla”, y añade “Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que todos necesitamos escuchar siempre, una y otra vez” (ChV 115); estas tres verdades son: Dios te ama, Cristo te salva, El Espíritu da vida y acompaña en la vida” y por último el 8º “Estar a gusto con el pueblopues, dice: no siendo de éste mundo, vivimos en él.

Sobre este apartado, entiendo que puesto que “nadie da lo que no tiene”, el punto 3º sería el punto de partida, vivir de la oración y de los sacramentos. Como decía antes, la fe sigue suponiéndosenos. El resto de puntos, 1,2,4,5,6, 7 y 8, alguno de los cuales con formulaciones algo ambiguas, no son más que el justo ejercicio de la caridad que conlleva ser discípulos de Cristo, como un fruto que se nos ha prometido ser abundante, que es lo propio de la vivencia de una fe adulta que nos hace capaces de dar frutos de vida eterna. Y todos ellos se podrían resumir en el anuncio del Evangelio, pues es un anuncio que deberá ser de palabra, de obras y de omisión.

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Comentario a la Ponencia Final del Congreso Nacional de Laicos I

2015-10-18 16.25.48

un camino que se adentra en la naturaleza

Voy a publicar una entrega por cada una de las cuatro partes o capítulos de los que consta esta Ponencia Final del Congreso Nacional de Laicos convocada por la C. E. E., aunque la IV estará dividida en dos, A y B, por excesivamente larga. El documento es extenso por lo que extraigo sólo aquellas partes que me sugieren una reflexión y las pongo en rojo. En negro, la reflexión que me sugieren. Una vez visto el conjunto del documento, y a modo de conclusión, me queda la sensación de que sobre el fondo de las cuestiones planteadas, apenas se ha comenzado a entrar. Hay un plan, por parte de la jerarquía, para hacer el esfuerzo por responder a esas cuestiones conjuntamente con los laicos en la fase que, se nos anuncia, seguirá a ésta congresual. En esa fase, sería una pena ignorar que hay experiencias en nuestras diócesis, como para preguntarnos, viendo los frutos, sobre la bondad del árbol del que proceden y si es que el Espíritu Santo nos está respondiendo, también, a través de esas experiencias. No querer verlo es una ceguera que se cura con tan sólo ponerse, humildemente, de cara a Dios.

Ponencia final: «Un Pentecostés renovado»
1. Premisa
La Ponencia final tiene un doble objetivo: de un lado, presentar las aportaciones que, en un ejercicio de discernimiento, los Grupos de Reflexión han formulado tras el recorrido de los cuatro itinerarios que son el eje central de nuestro encuentro; de otro, ofrecer un escenario de futuro inmediato que nos permita profundizar en las prioridades que, en un ejercicio de sinodalidad, hemos identificado.

1. El pueblo de Dios en salida
• El pueblo de Dios misionero y santo
Esta Ponencia final del Congreso de Laicos está dividida en cuatro partes, de las cuales, ésta de “Pueblo de Dios en salida” es la primera. Y comienza haciendo un poco de historia sobre los orígenes del cristianismo. Hace algunas afirmaciones básicas: “la misión renueva a la Iglesia. En esencia la misión consiste en dar vida”, “Este pueblo está constituido por hombres y mujeres con diversidad de vocaciones, carismas y ministerios (…). Se caracteriza por una vida comunitaria, la celebración litúrgica, especialmente la celebración eucarística, y el servicio generoso para el bien del mundo”. Y termina afirmando “Somos discípulos misioneros”. Está bien esquematizado.
A continuación, explica, en cuatro puntos, de qué forma somos discípulos misioneros, dice que, 1: “Somos hombres y mujeres de fe que miramos a Jesús y queremos mirar la vida con la mirada de Jesús”, 2: “conscientes de nuestra propia vocación”, 3: “con una vida entregada a los demás(…) porque queremos acoger el don que nos hace el Señor”, y termina con el punto 4: “En un contexto secular y pluralista”. Los puntos del 1 al 3, exponen lo que se ha afirmado desde tiempo inmemorial sobre el discipulado, y es en este cuarto punto donde encontramos algo, que aunque ha sido una constante en la vida de la Iglesia con sus persecuciones incluidas, hoy nos choca porque es nuestro contexto y lo vemos como algo que nos sorprende e incómoda, y es que hoy, el contexto, es un contexto secular. Este contexto es el que nos inquieta y de él dice el documento que se trata de “una sociedad secularizada y plurireligiosa (…) y saber situarse en este complejo contexto no es fácil y es para los cristianos un importante reto”. A continuación, el documento, compara la situación actual con la que vivió el Pueblo de Israel en el Exilio, donde por presiones del entorno sólo un pequeño resto se mantuvo fiel a la Alianza. Y plantea una pregunta: “¿Cómo ser un resto significativo en nuestro contexto actual?”. La comparación con el Exilio del Israel, sin embargo, no alcanza a contemplar el paralelismo entre las causas que condujeron al Pueblo Elegido al destierro y las causas por las que nosotros, ese resto del que habla, de pronto, nos encontramos en medio de un país y un pueblo paganos.

• La propuesta de un Congreso de laicos
Aquí comienza un intento de responder a la pregunta partiendo de una premisa: “porque Dios está actuando, podemos buscar los signos y las huellas que Dios deja”, y da como método para responder, la sinodalidad. Sinodalidad que describe como un caminar juntos guiados por el Espíritu que hace aflorar los carismas y el sentido de Iglesia, entendiéndola como “comunión”. Vaya, tal y como hemos entendido siempre a la Iglesia. Y efectivamente, sería “significativa” una Iglesia-comunidad en la que se diera la comunión en medio de un contexto pagano como el que nos rodea.
Avanza el documento tratando de explicar la respuesta dada: “la sinodalidad”, para lo que pasa a exponer qué es lo que ha caracterizado la sinodalidad en este Congreso: “la escucha. Queremos ser una Iglesia que escucha”, “el discernimiento. Queremos ser una Iglesia de discernimiento” y “la corresponsabilidad y la participación. Queremos ser una Iglesia caracterizada por la corresponsabilidad y la participación de todos los bautizados, cada uno según su (…) vocación”. Estos, como podemos ver, son términos más o menos novedosos que el Papa está introduciendo para explicar de un modo más plástico, la misión de la Iglesia.
En cuanto al primer punto, “la escucha”, entiendo que da en la diana si lo que se quiere decir es que, siendo que el Pueblo de Dios es el pueblo del oído, que es un pueblo que está siendo llamado a escuchar a Dios a través de su Palabra, a través de los hermanos y a través de los acontecimientos, hemos de empezar por escuchar aquello que el Señor nos dice cada día. No en balde el primer mandamiento comienza diciendo “Escucha Israel… y amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas”. Consecuentemente se hace referencia, también, a una actitud interior de apertura a los demás; difícilmente podría hablarse de una Iglesia en comunión si no nos escuchamos, y eso de no escucharnos, efectivamente, es algo que también ocurre. Esto referido al interno de la Iglesia. En cuanto a nuestra actitud de cara al exterior, escuchar es realmente una premisa que también requiere apertura en la caridad hacia el otro. En cuanto a la segunda característica, “el discernimiento”, bueno pues, siendo un don que emana de la sabiduría de Dios, requiere una íntima unión con el Espíritu de Jesucristo. Es pues un don propio de la santidad. En cuanto a “la corresponsabilidad y la participación”, pues efectivamente, es una característica fruto de la comunión, “gratis lo habéis recibido, dadlo gratis”, si es que somos conscientes de haberlo recibido. Por tanto, el problema de fondo estaría en si tenemos o no, conciencia de la obra de Dios en nosotros.
Entiendo que se está buscando definir, delimitar, iluminar, la misión del cristiano como Iglesia hoy, puesto que se trata de un Congreso de Laicos. De los tres puntos mencionados, el del discernimiento es el menos iluminador, pues discernir es un proceso que, aun siendo que cada día estamos llamados a discernir y escoger en todo momento entre el camino que conduce a la vida y el camino que conduce a la muerte, discernir la voluntad de Dios a la vista de los signos de los tiempos, o el discernimiento de espíritus, sólo pueden darse por una intervención especial del Espíritu Santo, pues sin su asistencia no hay discernimiento que valga. Cuando se habla de discernimiento sobre cuestiones menos de tipo práctico, fácilmente pasamos de discernir a opinar. Discernir en su sentido profundo alude a la capacidad de mirar, ver y sentir con los ojos y el corazón de Jesucristo. No está al alcance de cualquiera, aunque es verdad que cualquiera puede recibir ese don si lo pide con fe, constancia y humildad.
En todo esto se echa en falta una función fundamental de la Iglesia, la de enseñar. Pues tiene que ver con su misión profética. Aspecto este que ni se menciona en el documento.
Y en ese ambiente de comunión vivido en el congreso, se sugiere interrogar al Espíritu Santo: “¿hacia dónde vamos? ¿qué caminos hemos de iniciar?”
La respuesta a estas dos últimas preguntas, parece estar en la segunda parte, en el número dos.
Antes de pasar a esa segunda parte, una reflexión sobre lo primero que se dice que identifica a un “discípulo misionero”, la fe. Pues si por una de aquellas ésta primera premisa de la fe no se diera, fácilmente entenderemos que todo lo demás que se añade, en especial lo relativo al discernimiento, cae en vacío. Por eso llama la atención que no haya un apartado específico para evaluar este punto “sine qua non”, que es el de la fe que tenemos.

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SINODO DIOCESANO VALENTINO (Comisión Técnica 3)

30-1-12 145

«Como ovejas sin pastor…»

La Comisión Técnica 3, que trabaja sobre: Nueva evangelización e iniciación cristiana, aparte del cuestionario, nos envía una reflexión sobre “sinodalidad”. El texto en color es el que nos envían. En negro nuestra respuesta a las preguntas que acompañan a esa reflexión sobre sinodalidad. Hay que tener en cuenta que lo concreto que aparece en las respuestas, responde a la experiencia vivida en mi parroquia.

Añadir que de las siete comisiones que están trabajando en la preparación del sínodo, la uno y la tres, son las únicas que nos han remitido cuestionarios o información sobre sus trabajos.

Textos sobre Sinodalidad.
«La sinodalidad designa ante todo el estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia expresando su naturaleza como el caminar juntos y el reunirse en asamblea del Pueblo de Dios convocado por el Señor Jesús en la fuerza del Espíritu Santo para anunciar el Evangelio. Debe expresarse en el modo ordinario de vivir y obrar de la Iglesia. Este modus vivendi et operandi se realiza mediante la escucha comunitaria de la Palabra y la celebración de la Eucaristía, la fraternidad de la comunión y la corresponsabilidad y participación de todo el Pueblo de Dios, en sus diferentes niveles y en la distinción de los diversos ministerios y roles, en su vida y en su misión», COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia 70.
«Este Sínodo propone como cauce más idóneo de comunión y de ejercicio de la corresponsabilidad en el ámbito de las parroquias, la asamblea parroquial y el consejo de pastoral parroquial. Créense, pues, donde no existan y, en la medida en que las circunstancias concretas lo permitan; y refórmense según los criterios sinodales en aquellas parroquias que ya los crearon», Sínodo diocesano 1987, 88.

La descripción de sinodalidad que aparece aquí, entiendo que responde punto por punto con la descripción del quehacer de la Iglesia de los primeros siglos: “vida en comunidad”, “escucha de la Palabra”, “participación en la Eucaristía” y “el anuncio del Evangelio”. Parece como que falte aquella expresión “corresponsabilidad”, pero diría que se encuentra explícito en el binomio “comunión-caridad”, que era justo lo que permitía reconocer a un cristiano de cualquier otra persona del mundo de su entorno.

PREGUNTAS
El Papa nos anima a vivir la sinodalidad como expresión de la vida de la Iglesia. Sinodalidad expresa mucho más que la celebración de un Sínodo. Por eso conviene reflexionar sobre este aspecto:

En la parroquia.
¿Hay un proyecto de parroquia elaborado entre todos?

Teniendo en cuenta que la parroquia es muy anterior a todos nosotros, cuando nos acercamos a ella, ésta ya tiene una dinámica propia en la que nos insertamos. Eso sí, como en cualquier institución humana, ¿quién no acaba pensando que podría hacerlo mejor? Eso hace que surjan propuestas e ideas que sufren dispar suerte, aunque muchas iniciativas no pasan de su estado embrionario. Pues el problema, para la participación, es que no hay cauces de expresión previstos para la mayoría de los fieles.
Otra cosa es que, efectivamente, lo que la parroquia está siendo a día de hoy, es producto de la colaboración desinteresada de mucha gente que se implica, con espíritu de comunión, en la ejecución de los distintos proyectos y en el día a día de la parroquia.

¿El consejo de pastoral parroquial es un lugar de búsqueda común?

Efectivamente, en el consejo pastoral se replantean cada comienzo de curso la revisión del funcionamiento de las distintas pastorales para renovarlas y mejorar la relación entre ellas, luego repasamos las actividades culturales, caritativo-sociales, deportivas, etc. así como la situación económica de la parroquia.
En el curso de la intervención de los distintos responsables que participamos en el consejo, exponemos las dificultades observadas en cada ámbito y presentamos propuestas buscando pulir los problemas que se han detectado en alguna de las pastorales, o revisar la marcha de la evangelización o atender al mantenimiento del edificio.
Escuchadas las distintas dificultades y expuestas las propuestas, pasamos a considerarlas con un espíritu de comunión.

Entiendo que sería bueno dotar a este consejo de una comisión técnica que estudiara todas aquellas cuestiones de tipo práctico que requieran una información previa de tipo profesional para posteriormente presentar al consejo sus conclusiones, lo cual agilizaría las sesiones del consejo y sobre todo proporcionaría a éste, una más sólida base sobre la que tomar decisiones de tipo práctico.

¿Existe y se fomenta una corresponsabilidad?

Sobre este punto, entendemos la corresponsabilidad como la expone la Comisión Teológica Internacional cuando habla del ejercicio de la corresponsabilidad “en la distinción de los diversos ministerios y roles”. Pues en una estructura jerárquica, la corresponsabilidad, entendemos que se da entre iguales, entre aquellos que están en un mismo nivel de servicio y de responsabilidad. No es la misma responsabilidad la de un párroco que la de un salmista, por poner un ejemplo.
Desde ésta óptica, en aquello en lo que fieles y pastores estamos en un plano de igual responsabilidad, es en alcanzar la santidad.
Nuestra relación con el Señor es individual y colectiva, y en cuanto que colectiva (como pueblo de Dios), la corresponsabilidad es en la caridad, responsabilizándonos los unos de los otros, para ayudarnos mutuamente a caminar hacia la meta, que no es otra que alcanzar la cualidad de testigos del amor de Dios en la vida de cada uno. Paso previo e imprescindible para la evangelización.
Y en este sentido, se podría decir que todos nuestros esfuerzos en la parroquia, convergen en hacer efectiva esa corresponsabilidad.
La corresponsabilidad en cuestiones prácticas, entiendo que se produce en la medida en que cada uno, en su ámbito de responsabilidad, se esfuerza por resolver los problemas que le competen en comunión con el conjunto de la parroquia. Eso es, en general, la experiencia que tenemos.

Muchas veces un sacerdote debe ocuparse de varias parroquias,
¿sería conveniente que estas parroquias trabajaran juntas pensando un proyecto común?

Sería conveniente si ello implicara revitalizar las parroquias con un esfuerzo por fortalecer la pastoral de evangelización con el fin de avivar la fe. El hecho de que el párroco de las distintas parroquias sea el mismo es una ventaja de cara a conformar una comunidad interparroquial que podría expresarse, por ejemplo, en una concentración de los servicios parroquiales en función de la idoneidad de cada parroquia.

Teniendo en cuenta que la voz de los laicos en medio de esta sociedad, no sólo no cuenta, sino que en la práctica es inexistente como no sea a título individual, y teniendo en cuenta que la voz de la jerarquía es muy escasa y limitada, mayoritariamente, a cuestiones formales, sería muy conveniente una fórmula que hiciera aparecer la voz del laicado con un objetivo puramente evangelizador.
De modo que, la misión sería, ante la situación de tensión social, ser una voz que busque la paz con palabras y gestos verdaderos; o ante la confusión que reina entre nosotros, dar una palabra que ilumine y sea suficientemente fuerte como para orientar a muchos que se sienten perdidos; o que en el concierto o desconcierto de voces partidistas que pueblan nuestro espacio, ser una reflexión y una llamada a la reconciliación; y ante la situación de clara apostasía de grandes núcleos de la sociedad, ser una voz que anuncie el amor de Dios y una llamada a la conversión del corazón para acogerse así a la misericordia de Dios.
Una forma de llevar adelante un proyecto como este, sería coordinar a todas las parroquias dispuestas a suscribir, como colectivo que son, las declaraciones que desde una perspectiva netamente cristiana, se propusieran desde cualquier comunidad parroquial asociada al proyecto. Así, una declaración de contenido evangelizador, se haría pública para el conjunto de la sociedad, con el apoyo de tantas parroquias –colectivos-, como la suscribiese

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SINODO DIOCESANO 2019-2020 (III)

s-Diciembre 24-12- 2003 001 (6)

sed luz porque vuestro Padre celestial es luz

En rojo, los puntos sobre los que se reflexiona posteriormente.

PUNTOS RESUMEN DEL ANÁLISIS (III)
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3. NUEVOS CAMINOS: UNA MIRADA NUEVA.
Constatamos que la fe ya no pasa de padres a hijos, se ha cortado el proceso tradicional de transmisión entre generaciones. A veces incluso se impide que pase. A pesar de darnos cuenta de esta realidad, damos por supuesto el conocimiento de Jesús, del Evangelio y de la Iglesia en el trasfondo de la experiencia de fe. Sabemos que estamos catequizando a quien todavía no cree. Y pensamos que por el simple conocimiento de Jesús se producirá la fe, casi como por una consecuencia mecánica, olvidando que la fe es un camino que hay que recorrer y que lleva su tiempo de maduración y discernimiento.

Los catequistas repiten mucho que los niños llegan con un nivel cero de vida cristiana… podemos verlo como un problema, cabrearnos y culpar a la sociedad o ver este mismo hecho como una oportunidad de poner en relación a este niño con Dios, que descubra la Buena Noticia y a relacionarse con Él llamándole ‘padre’
Esto es implantar una estrategia de primer anuncio de la fe. Se echa en falta este primer anuncio o acción misionera que ayude a tomar conciencia de lo que es y para lo que sirve la catequesis. Al faltar este elemento esencial de la evangelización, la Iniciación cristiana está incompleta y, por mucho que cambiemos métodos, los resultados serán los mismos.
El Directorio General para la Catequesis (DGC) señala que en el proceso evangelizador se suceden dos etapas: la acción misionera y la acción catequética de iniciación a la que seguirá una tercera más dilatada en el tiempo, la acción pastoral.
Constatamos que las personas que vienen a la catequesis necesitan una verdadera conversión. Por ello la Iglesia propone una etapa que se dedique a asegurar la conversión. Esta tarea se lleva a cabo en el pre-catecumenado mediante una catequesis de tipo kerigmático o pre-catequesis donde proponer la Buena Noticia. La renovación catequética se debe basar sobre esta evangelización misionera previa.

 

REFLEXIONANDO EL ANÁLISIS (III)
Todo el primer párrafo resulta un análisis claro y acertado de la situación a la que nos enfrentamos en la labor catequética.
Efectivamente la fe, en la mayoría de los casos, “ya no pasa de padres a hijos”, “damos por supuesto el conocimiento de Jesús, del Evangelio” y trabajamos con los niños sin tener en cuenta que “la fe es un camino que hay que recorrer y que lleva su tiempo de maduración y discernimiento”. Esto que está expresado con tanta claridad, sin embargo, parece que no acaba de tenerse en cuenta posteriormente. Y hay que añadir, que no es sólo un problema de los niños, me refiero al de la falta de conocimiento de Jesucristo, creo que es un problema que arrastran muchos de los catequistas que, habiendo sido educados en la fe, no está formados suficientemente. Les sucede, incluso, encontrarse sorprendidos y sin argumentos frente a las preguntas, algunas comprometedoras, que se les ocurren a los niños durante la catequesis.
Y la actitud que se apunta me parece acertada: “poner en relación a este niño con Dios, que descubra la Buena Noticia y a relacionarse con Él llamándole ‘padre’… Esto es implantar una estrategia de primer anuncio de la fe”.
A continuación, precisado el núcleo del problema, se afirma: “Al faltar este elemento esencial de la evangelización, la Iniciación cristiana está incompleta”. Sin embargo, siendo cierta la necesidad de ese “primer anuncio kerigmático”, no creo que con ello esté completo el proceso necesario para una auténtica Iniciación Cristiana. Sólo introduciendo el “primer anuncio” no por eso cabe pensar que ya hemos completado la Iniciación Cristiana, no, de hecho, ese “primer anuncio” es el comienzo, el punto de partida, para una auténtica Iniciación Cristiana.
Se decía en el primer párrafo que “pensamos que por el simple conocimiento de Jesús se producirá la fe”. Sin embargo, entendiéndose el contexto en el que se afirma esto, no está muy bien utilizado ese “conocer” que en el sentido que se le quiere dar sería más bien un “tener noticias de”. Pues en realidad, toda Iniciación cristiana consiste precisamente en un proceso de conocimiento de Jesús, o mejor, en un conocimiento de Dios a través de Jesús que es quien nos lo ha revelado. Y eso requiere un camino de profundización que nos lleva toda la vida. Pues la fe crece precisamente en ese proceso que nos permite, mediante el anuncio, que es una llamada, la acogida, que es un descubrir que Dios me habla a mí personalmente en la Palabra y en los acontecimientos, y la respuesta, que es un cambio de nuestra mente y nuestro corazón que ni es inmediato ni es permanente; por eso debemos saber que la vida del cristiano es un combate. Y si no se produce esta realidad, nuestra fe no crece, no se produce la maduración. Por tanto, la acción pastoral debe estar íntimamente unida a la acción evangelizadora.
Se añade, para explicar un poco el proceso evangelizador, un texto del Directorio General para la Catequesis que es el siguiente “al proceso evangelizador se suceden dos etapas: la acción misionera y la acción catequética de iniciación a la que seguirá una tercera más dilatada en el tiempo, la acción pastoral” y sugiere la siguiente aplicación de dicho texto “la Iglesia propone una etapa que se dedique a asegurar la conversión. Esta tarea se lleva a cabo en el pre-catecumenado mediante una catequesis de tipo kerigmático o pre-catequesis donde proponer la Buena Noticia”. Está bien, pero hay que tener en cuenta que si hay un pre-catecumenado, es porque le sigue un catecumenado. El texto del DGC habla, en la práctica, de tres etapas: primera “la acción misionera” que parece que el análisis le llama “pre-catequesis o pre-catecumenado”, segunda “la catequesis” y por último “la acción pastoral”. Personalmente creo que la novedad primordial que habría que incorporar a este esquema, que es más o menos coincidente con la mayoría de las fórmulas al uso, es la de considerar que incluso en la tercera etapa, la de la acción pastoral, es imperativo el mantenimiento de la catequesis como formación continua para un constante crecimiento espiritual. Detenerse en ese proceso de formación, acomodarse, aburguesarse, es lo peor que puede sucederle al hombre de fe
El análisis termina con un texto del Papa Francisco que dice así: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad.” (cfr. DGC 49 – 62)
Francisco – Evangelii Gaudium

Aquí, sólo insistir con que nadie da lo que no tiene.
Y es que cuesta entender la misión del cristiano como una “opción” ya que fundamentalmente es fruto de una elección cuya iniciativa es del Espíritu: “No me habéis elegido vosotros a mí, soy yo quien os he elegido a vosotros”. En la forma y en el fondo, la misión del cristiano es un dar testimonio de que Cristo, el Señor, está con nosotros hoy, y hasta el fin de los tiempos. Efectivamente, toda la acción de la Iglesia debería estar volcada a la evangelización, incluso, como apunta el Papa, toda la pastoral de sacramentalización tiene sentido en función de la evangelización. Pero además, vivir la fe de esa forma, es una condición sin la cual la evangelización se hace imposible.
Y creo que debemos empezar a entender de una vez la evangelización como un bloque indisolublemente unido, que supone dos acciones, ser evangelizados y evangelizar, evangelizar y ser evangelizados. Y por este orden. Ininterrumpidamente correlacionados.
Una vivencia intensa del amor de Dios expresado en la cruz de Cristo es todo lo que un catequista necesita, como dice el texto sagrado “llevando siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús, para que se manifieste en nuestros cuerpos que Él está resucitado”.
Las “estructuras” que hay que reformar son las del hombre interior mediante la conversión del corazón, conversión que, cuando se produce, genera una paz, una alegría y una justicia que vienen del Espíritu Santo y que son expansivas. Pues en el amor se da una característica que comparte con el fuego, que no se plantea si debe o no debe quemar, si no que quema a quien se acerca a él. Así es el amor, que ama sin dudarlo a quien se acerca a quien posee esa capacidad de amar que sólo dispone quien está en comunión con Jesucristo. ¿Acaso no es en esto en lo que consiste la evangelización?

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SINODO DIOCESANO 2019-2020 (II)

s-Diciembre 15-11- 2003 113

TU LUZ NOS HACE VER LA LUZ

PUNTOS RESUMIDOS DEL ANÁLISIS (II)
En rojo, los puntos sobre los que se reflexiona posteriormente.

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2. CONTAGIADOS POR UN ESPÍRITU DE DERROTA

Reina entre nosotros un estado de ánimo bajo entre los agentes de pastoral y sacerdotes. Hay una cierta sensación, a causa de muchos factores, de desesperanza, inutilidad y cansancio. Impera la crítica y el juicio sobre la valoración de los esfuerzos pastorales.
Se ha reducido notablemente el número de participantes en las diversas edades en la catequesis. Tampoco han ayudado los escándalos que se han hecho públicos en los últimos años.
No es difícil constatar que nuestra oferta se concentra mucho en los niños y tiene poca incidencia en los adolescentes, jóvenes y, sobretodo, en los adultos. A esto añadimos el descenso del número de catequistas.
También hay menos religiosas y religiosos en la catequesis. La ausencia de catequistas jóvenes… es notoria… Se ve un desinterés por la catequesis por parte de los sacerdotes jóvenes… mientras que muchos sacerdotes con experiencia tienden a abandonar la catequesis al definirla como inservible. Hablamos mucho del acompañamiento pastoral a catequistas, a padres y a niños, pero ¿sabemos hacerlo?

Ante la falta de catequistas, cargamos a las familias esta misión sin apenas formación. A menudo les culpamos de la esterilidad de la catequesis: que la semilla que nosotros sembramos ellos no la riegan. Continuamos pensando en un ideal de familia que se da de forma escasa… El papa Francisco ha afirmado que no hay «un estereotipo de la familia ideal, sino un interpelante «collage» formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos. No caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar una creatividad misionera». (AL, 57)

En las familias que traen a sus hijos a la parroquia a catequesis hay un deseo que a veces no sabemos captar o apreciar. Quieren una formación cristiana para sus hijos aun viviendo en un ambiente marcado por la lejanía y la indiferencia, incluso a veces hostilidad hacia la fe. Familias que no encuentran su lugar en las comunidades cristianas … que ofrecen ‘lo de siempre’ que no responde a sus necesidades o deseos. La comunidad no se implica en la transmisión de la fe.
Respecto a la metodología es aquello que más críticas y juicios recibe. Escuchamos que los catecismos no son adecuados, el vocabulario es indescifrable, los contenidos no están actualizados a la era digital que vivimos… (tanto para los catequistas actuales como para los niños y sus familias). No contamos con las aportaciones de la pedagogía habitual de los colegios e institutos. Sabemos que aburrimos a los destinatarios y seguimos ofreciéndoles lo de siempre. Está claro que no solucionamos el problema exclusivamente con métodos y técnicas, como si éstos fueran milagrosos. Es necesario actualizar los materiales, recursos, pedagogía y las estructuras-programación.

A pesar del clima de desánimo, las experiencias de encuentros de catequistas y las charlas de formación y presentación del Plan de Formación de Catequistas… (nos muestran) Que las catequistas y los sacerdotes buscan caminos nuevos e imaginativos para dar aires nuevos a su trabajo. Su principal queja es la estructura de comunicación diocesana, la sobre-concentración de actividades y los problemas entre clero.

REFLEXIONANDO EL ANÁLISIS (II)
En este segundo bloque titulado acertadamente “Contagiados por un espíritu de derrota”, se dice: “Hay una cierta sensación, a causa de muchos factores, de desesperanza, inutilidad y cansancio”. Lo primero que se me ocurre es que ese no es un espíritu que viene de Dios, que es un espíritu maligno que busca apartarnos de la obediencia a los mandatos del Señor. Poco después se añade, indagando sobre las causas de que ese espíritu se haya adueñado del ambiente colectivo: “Tampoco han ayudado los escándalos que se han hecho públicos en los últimos años”, observación que, de algún modo, certifica la actividad maligna que sustenta ese tal espíritu.
A todo lo antedicho sigue otra reflexión: “Hablamos mucho de acompañamiento pastoral a catequistas, a padres y a niño, pero ¿sabemos hacerlo?”. Reflexión que también va al fondo, pues si es cierto que nadie da lo que no tiene, debemos plantearnos qué es lo que un catequista está llamado a dar a sus catequizados.
La misión del catequista, así en general, es, prioritariamente, acercar a Jesucristo a los catecúmenos o catequizados, darlo a conocer, darlo a probar, lograr que el catecúmeno experimente dos cosas: una, que la Palabra de Dios, toda ella, está dicha para cada uno de nosotros hoy. Otra, que esa Palabra tiene una incidencia real y efectiva en la cotidianeidad de cada uno de los que la reciben.
El acompañamiento pastoral a los catequistas, pues, ha de priorizar que éstos experimenten en su propia vida, la misma realidad. Si no es así, nos quedaremos en meros planteamientos técnicos que no conducen a nada. Tal y como la realidad aquí analizada, pone de manifiesto. Sin esta experiencia, no hay maduración de la fe. Y sin fe, no hay transmisión posible.
Y el análisis sigue con la siguiente observación: “Ante la falta de catequistas, cargamos a las familias esta misión sin apenas formación. A menudo les culpamos de la esterilidad de la catequesis: que la semilla que nosotros sembramos ellos no la riegan.
Pienso que el entorno natural de transmisión de la fe es la familia. La función de la parroquia es meramente vicaria, no al revés.
Por tanto, cuando no se da un entorno familiar en el que la transmisión de la fe se produzca de un modo natural, los catequistas vienen llamados a suplir a la familia, lo cual es, en sí mismo, una dificultad particular que puede llegar a buen puerto si se logra que en el seno de la parroquia surja un entorno, comunidad, ambiente, lugar de encuentro, capaz de hacer sentir al niño, al joven o al adulto, que es acogido y acompañado; así por ejemplo, y pensando en niños y jóvenes: jornadas de asueto, salidas en grupo, convivencias, campamentos, escrutes dominicales, ágapes con motivo de festividades señaladas. Creando experiencia de comunidad. Para los adultos la experiencia de comunidad habría de ser mucho más sólida y palpable.
También se hace mención a los métodos utilizados: “Respecto a la metodología es aquello que más críticas y juicios recibe. Escuchamos que los catecismos no son adecuados, el vocabulario es indescifrable, los contenidos no están actualizados a la era digital que vivimos y no hay recursos adaptados a los destinatarios actuales (tanto para los catequistas actuales como pata los niños y sus familias).
La misión de la familia es la de educar a los hijos en la fe, de manera que, de un modo perfectamente concurrente, el niño aprecie la correspondencia de lo que se le dice, con lo que se vive en casa.
La misión de la parroquia es la de formar a los niños en los principios y postulados de la práctica religiosa. Cuando falla la familia es cuando se hace imperativo que los catequistas, de alguna manera, suplan la deficiencia educativa. Y probablemente las carencias que descubrimos en la labor catequética, son precisamente porque no estamos contemplando esta doble misión a la que nos empujan los tiempos que corren.
Para la formación, entiendo que son suficientes los métodos, léase catecismos, de los que disponemos; de la misma forma que sustituir las libretas o los libros de texto por tablets, por sí mismo, no garantizan una mejora de la formación en la escuela, hacer algo equivalente en la catequesis no mejoraría los resultados. Sucede que ni las tablets ni los catecismos, que pueden ser buenos para la formación, son una herramienta apropiada para la educación.
Y ahí es donde el catequista tiene que echar mano de las riquezas que atesora la Iglesia, a saber, la belleza de los utensilios sagrados, las imágenes, los signos y especialmente la liturgia. Con el fin de sacralizar plásticamente lo que es realmente sagrado. Sacralizar, al fin, es el proceso inverso a lo que esta sociedad nos empuja, que es a la desacralización. Y se remata la reflexión añadiendo algo que parece contradictorio: “Está claro que no solucionamos el problema exclusivamente con métodos y técnicas, como si éstos fueran milagrosos. Es necesario actualizar los materiales, recursos, pedagogía y las estructuras-programación”. Pero cambiar las estructuras no resuelve el problema, hay que cambiar el corazón.
No hay mejor pedagogía que la vivencia. Un niño que experimente que es acogido en sus oraciones, que es consolado en la reconciliación, que es escuchado en sus experiencias, que es iluminado por la Palabra en aquello que son sus problemas y dificultades, no necesita ni estructuras ni pedagogías ni recursos de otra índole.
Por último, apuntan la referencia a un texto del Papa sobre la realidad de la familia de la que entresacamos el siguiente punto: “no hay «un estereotipo de la familia ideal, sino un interpelante «collage» formado por tantas realidades diferentes, colmadas de gozos, dramas y sueños. Las realidades que nos preocupan son desafíos. No caigamos en la trampa de desgastarnos en lamentos autodefensivos, en lugar de despertar una creatividad misionera”, es un texto que puede dar pie a malinterpretar esa realidad en el sentido siguiente.
Los tipos de familia que encontramos hoy en nuestro entorno, no son precisamente una novedad. Las primeras comunidades cristianas ya vivían en entornos similares e incluso más agresivos respecto a las creencias que las sustentaban. Y no sólo la fe, la historia nos permite contemplar cómo la persistencia del anuncio de Jesucristo muerto y resucitado, así, sin subterfugios, con catequesis rotundas de las que conservamos buena muestra de los Santos Padres, fue transformando poco a poco aquella sociedad conduciéndola hacia un tipo de familia que, todavía mayoritariamente, hemos conocido y disfrutado.
Así entiendo yo la “creatividad misionera”. Como apunta el análisis, no podemos permanecer ofreciendo “‘lo de siempreque no responde a sus necesidades o deseos”, se entiende, de las familias. El caballo de batalla es, pues, trabajar porque la Buena Noticia del amor de Dios por el hombre, transforme esa multiplicidad de formatos familiares que no responden al plan de Dios, en familias que testimonien el amor de Dios por su Pueblo.

 

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SINODO DIOCESANO 2019-2020 (I)

 

ENTRE DOS LUCES

                                                                              

SINODO DIOCESANO 2019-2020 (I)

En tres entregas hago una reflexión sobre el anexo, que es un análisis situacional al cuestionarios enviado a las parroquias por la Comisión Técnica 1 cuyo trabajo versa sobre “Nueva evangelización e iniciación cristiana”. El documento completo puede leerse en la web de la Archidiócesis.

En rojo, los puntos sobre los que se reflexiona posteriormente.

ANEXO
ANÁLISIS DE SITUACIÓN (I)
_______________________________________________________________________________________
Antes de empezar a abordar propuestas es necesario realizar y mantener un análisis de la situación de la catequesis y la transmisión de la fe en nuestra diócesis. Hacer un examen de la realidad permite posteriormente discernir y establecer las estrategias pastorales adecuadas para responder a los retos cambiantes que surgen.
Este documento es un resumen, no un relato personal, sino una lectura conjunta de las respuestas que se han obtenido de los diversos miembros que constituyen la comisión sinodal de nueva evangelización e iniciación cristiana además de personas que han sido consultadas. Por tanto, ellos son los autores.

PUNTOS RESUMIDOS DEL ANÁLISIS (I)
______
1. UN ENTORNO «VUCA»2

La realidad social a la que se dirige la acción evangelizadora — y la catequesis en su centro— presenta una sociedad donde se producen cambios y a una velocidad vertiginosa (volatilidad).
No prevemos los acontecimientos y los cambios y no los analizamos con tiempo para anticiparnos a ellos (incertidumbre).
Así, con la falta de claridad sobre el significado de cualquier hecho, en un cierto relativismo, nos vemos incapaces de detectar posibles amenazas o de convertir todo en una oportunidad pastoral antes que sea tarde (ambigüedad).
Conviene realizar el esfuerzo de descubrir oportunidades pastorales allí donde solo vemos una lista infinita de problemas que conduce a una ansiedad generalizada que impide ver claro y nos impide tomar decisiones libremente (paralización y abandono).
Conocer la sociedad de hoy nos permitirá buscar los criterios y los instrumentos más adecuados para la transmisión de la fe. Hay muchas personas que buscan sentido a su propia existencia… Algunos eligen la fe cristiana, otros encuentran lo que buscan en otras ofertas que han sabido escuchar sus peticiones o necesidades. La fe ahora es una opción personal y no una circunstancia cultural y/o social, la atención a los padres que traen a sus hijos a la catequesis despertando su interés por renovar y vivencia cristiana, sentirnos estimulados por construir el cristianismo del futuro, más minoritario pero con posibilidades de ser más creativo y significativo… Gran parte de los padres no se implican en la catequesis, nos los dejan y van a tomar café, y -con sinceridad- expresan que no creen en Dios y que no contemos en ellos para la Misa del Domingo.
*2 VUCA (volatilidad, incertidumbre, complejidad, ambigüedad)

REFLEXIONANDO EL ANÁLISIS (I)
El análisis en su conjunto es bastante acertado. Se han buscado las causas y se han encontrado las más evidentes. Pero fijándonos en las conclusiones, se hace patente que se nos escapan las causas profundas.
En rojo vienen las observaciones sobre las que reflexiono a continuación. La primera dice así: “En un cierto relativismo, nos vemos incapaces de detectar…” En el párrafo del que he entresacado esta frase, lo que se trasluce es algo muy simple de explicar y muy complejo de aplicar, a saber: no estamos logrando discernir lo que está aconteciendo en nuestro entorno. Complejo de aplicar porque no está en nuestras manos. El discernimiento nos viene del Espíritu Santo, y para alcanzar la “sabiduría” se requiere un corazón humilde, pues, como dice el libro que lleva dicho nombre: “¿Quién puede conocer tu voluntad, si tú no le das la sabiduría y le envías tu Espíritu Santo desde el cielo?” (Sb 9,17).
Más adelante se dice algo que, aunque se comprende su sentido en el contexto, llama mucho la atención porque no deja de ser una expresión fruto de la preeminencia del hombre sobre Dios, que es lo que postula la cultura en nuestra época: “Algunos eligen la fe cristiana”. No, la fe no se elige “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. » (Jn 15,16).
En otro momento se nos hace una invitación a “sentirnos estimulados por la idea de que vamos a construir el cristianismo del futuro”. Invitación que, más bien, delata qué es lo que se nos está escapando, pues es realmente una idea que no responde a la realidad, y se abunda en ella enriqueciendo la propuesta con un plus de idealismo “con posibilidad de ser más creativo y significativo”.
Bien, el cristianismo del futuro es el mismo que el de la Iglesia primitiva, o no es cristianismo. Aquella fue una Iglesia en la que se impartía el bautismo sólo cuando se constataba que sobre la persona que solicitaba el bautismo había bajado el Espíritu Santo. Y el hecho de que el bautismo haya sido recibido en la infancia, no excluye la necesidad de esa constatación. Y para que ese bautismo fructifique, es imperativo “ponerse en camino”. La vida del cristiano es una andadura que conduce al encuentro con Cristo y a las obras de Vida Eterna, que eso sí es significativo. En cuanto a la creatividad, o la mueve el Espíritu o no dejará de ser una infructuosa “búsqueda de novedades”.
Sin embargo cuando a continuación, hablando de la actitud de ciertos padres nada colaborativa, se hace un diagnóstico: “…expresan que no creen en Dios”, se acierta de pleno. Y ese es el problema de fondo, pues si al recibir el bautismo respondemos a la pregunta del presidente que lo que pedimos a la iglesia es la fe, lo que procede es un proceso, un camino, capaz de revitalizar nuestro bautismo. Camino que es lícito emprender en cualquier edad a lo largo de la vida de una persona, pero que hay que hacer siguiendo los pasos que daba aquella Iglesia como preparación para el bautismo. Algo apuntado ya por el Concilio Vaticano II.
Por último, sobre las dificultades del entorno, no es que evangelizar en una situación, como la descrita: volátil, incierta, compleja y ambigua, sea especialmente difícil, es que es una labor imposible. O nos precede el Espíritu Santo o es inútil que nos esforcemos. Como dice el salmo 126,2:
Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!”

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Congreso de laicos III

«SI TU OJO ESTÁ MALO», TODA TU VISIÓN ESTARÁ DISTORSIONADA

Fase diocesana I

UN LAICADO EN ACCIÓN

3ª SESIÓN

Pregunta:

  1. ¿Qué cauces debemos potenciar para crecer personalmente y en la vida comunitaria?

Respuesta:

La Iglesia, desde tiempo inmemorial, se ha servido de los cauces que Jesús personalmente, estableció para la santificación de su Iglesia, la Palabra, el acceso a los sacramentos y la vida comunitaria.

De la Palabra poco hay que añadir a la corriente que discurre, al menos en nuestra diócesis, y que está basando la formación cristiana siguiendo la “lectio divina” que es algo que debemos potenciar hasta que se convierta en un hábito, pues en eso consiste la formación permanente.

Del segundo cauce, “el acceso a los sacramentos”, entiendo que el Concilio Vaticano II propone algo concreto y novedoso, la recuperación de esa fase de preparación para acceder a la vida sacramental, de modo que la determinante importancia del bautismo como origen de nuestra pertenencia a la Iglesia y de la conciencia de la misión, deje de ser visto como algo mágico para pasar a ser vivido como una experiencia existencial, como una experiencia de vida.

De modo y manera que al bautismo por el agua, pueda suceder el bautismo por el Espíritu. Y consecuentemente, que el acceso al resto de los sacramentos sea fruto de una maduración que transforme nuestra vida, cambie nuestra forma de mirar el mundo y dé sentido a toda nuestra existencia hasta que todo culto sacrificial, que es el que corresponde a una religiosidad natural, se transforme en culto espiritual, que es culto que corresponde a la fe.

El medio para la recuperación de ese “acceso” lo establece el propio Concilio y multitud de documentos posteriores de la jerarquía, y ese es la recuperación de “las catequesis” preparatorias, el establecimiento de una Iniciación Cristiana; con independencia de que aquellas relativas al bautismo se hagan antes o después del mismo.

Pregunta:

  • ¿Qué podemos hacer para impulsar nuestra corresponsabilidad en los órganos de participación eclesial (Consejos de Pastoral, Consejos de asuntos económicos, Consejos de Laicos…)?

Respuesta:

Hay algunas cosas que podemos hacer, pero es verdad que sin la colaboración de los ministros ordenados, sin que éstos den pasos hacia una comprensión de su responsabilidad menos clerical, como cabezas naturales que son de una comunidad, resulta difícil, pues los laicos estamos habituados a esas actitudes clericales y colaboramos con ellas, incluso inconscientemente.

La imagen del sacerdote que todo lo sabe y que por tanto decide, sin consultar a nadie, sobre cualquier asunto como si fuera un especialista todo terreno, es relativamente frecuente en latitudes como la nuestra. Ciertamente lo contrario es aún peor, pues entonces la comunidad queda descabezada, secularizada.

Hay un justo término, básicamente, en asuntos seculares es normal que tengan más preparación y más autoridad los seglares, de la misma forma que en asuntos espirituales, lo tengan los ministros ordenados, que para eso es para lo que se les ha preparado y para eso han recibido la gracia de estado. Hay un modo, como se insiste en este documento, que consiste en escuchar, en escucharnos, algo que es poco habitual en la jerarquía.

El problema por tanto nos remite a todo lo anteriormente dicho. En la medida en que nuestras vidas, las de los pastores y las de los laicos, se inserten más con Cristo en Dios, la comunión que reinará entre los distintos miembros y sus correspondientes responsabilidades, será más constructiva, será más ejemplificante, hasta llegar a visibilizar el amor mutuo que según Pablo es la puerta de acceso a Jesucristo, es decir, cuando contemplando el espectáculo de la unidad en la diversidad, el espectáculo de ver cómo las rencillas propias de nuestra naturaleza dan paso a las renuncias en pro del entendimiento y la comunión, contemplando el espectáculo de ver perder la vida los unos por los otros, el mundo pueda decir asombrado aquello de “mirad cómo se aman”. Pues sólo entonces, creerán, como está escrito.

Pregunta:

  • ¿Qué responsabilidades hemos de asumir como laicos para estar más comprometidos en el mundo (política, educación, familia…)?

Respuesta:

Los laicos estamos inmersos en el mundo de la familia, de la educación y de la política de un modo natural. Por tanto, si nuestra vida ha sido transformada porque ha pasado por la experiencia de un encuentro personal con Jesucristo que ha dejado como una huella indeleble la conciencia de ser amados por el Padre y esa experiencia ha ido tomando cuerpo en contraste y confirmación con la comunidad cristiana, de modo que ha transformado nuestra mente y hemos comenzado a leer la historia con la mente de Dios, según la cual, la creación entera espera expectante la manifestación de los hijos de Dios, la manifestación de aquellos que han experimentado el paso de la muerte a la vida y que en consecuencia saben que ya no mueren más. Entonces, y desde la alegría de estar unidos con Cristo en Dios, ponemos nuestro cuerpo como ostia viva al servicio del prójimo para reír con él como para llorar con él, entonces, y sólo entonces, es cuando podrá decirse que la misión está cumplida.

Por tanto, todo el problema, sea de los ministros ordenados como de los laicos estriba en convertirnos, en convertirnos en discípulos de Cristo. Y el discipulado incluye la aceptación de que es Dios quien rige la historia, de que la maestra es la Iglesia con sus dos mil años de tradición sin apartarse un ápice de la revelación, y eso, como está escrito, requiere ir perennemente a contracorriente. Y ese ir a contracorriente es el punto donde mejor queda patente que nuestra fe es enormemente débil, pues es esa debilidad lo que nos hace vivir el tiempo presente atemorizados. Que no otra es la causa de que estemos como estamos.

Es cierto que llevar ese nuevo espíritu al seno de la familia nos es más accesible por sernos lo más cercano, aunque no sea hoy precisamente fácil, y no es fácil por la misma razón que el mundo cada vez respeta en menor medida los derechos de los padres a elegir la educación de sus hijos, y por la misma razón que la política está cada vez más alejada de la realidad y de la naturaleza, con una mentalidad ideologizada según la cual, no ya que Dios no tenga lugar, sino que la mera creencia en su existencia es considerado un obstáculo para el progreso. Cuando la historia nos demuestra que, más bien, ha sido la fe el motor del progreso. Desde esa óptica, los poderes fácticos pretenden imponernos su concepto de moralidad, pretende decirnos qué es lo que debemos considerar como bien y qué es lo que debemos considerar como mal. Y a esta situación es a lo que se llama persecución. Algo que sin duda acabará haciendo bien a la Iglesia porque también está escrito que así sea.

Y ante un panorama de persecución nuestra misión es inequívoca. Manifestar, o mejor dicho, ser una manifestación del amor de Dios por todos los hombres, especialmente por los afligidos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los pobres, los mansos, etc.

Y sí, resulta evidente que los laicos no estamos especialmente activos, en la familia porque cada vez hay menos cristianos que vivan en fidelidad a la doctrina de modo que las familias son cada vez más algo esquemático, cuando no simbólico, y cada vez más la trasmisión de la fe menos convincente o incluso inexistente.

En los temas de educación porque somos apenas beligerantes aun siendo nominalmente mayoría y en la política porque habiendo aceptado gran parte de los postulados del mundo, lo que evidentemente nos ha alejado del seguimiento a Jesucristo, estamos divididos, no nos mostramos como la fuerza que podríamos ser si nos moviéramos con un mismo pensar y con los mismo sentimientos. Consecuencia, nuestro voto está disperso e incluso hay quien lo otorga, entre nosotros, a opciones netamente anticristianas.

Por eso debemos discernir entre laicos y ministros ordenados, en el sentido de bautizados que son parte y fruto de una cultura cristianizada y laicos y ordenados adultos en la fe porque han visto desarrollado su bautismo hasta verlo fructificar en obras de vida eterna.

Aparte de una profunda renovación de nuestra fe y siguiendo el mandato de ser sagaces, quizás una herramienta adapta al tiempo que vivimos sea el asociacionismo. Una comunidad local en el mundo globalizado al que se nos está empujando, es demasiado pequeña para hacerse oír en el maremágnum de voces y aullidos que nos circunda, y una de las formas de funcionar en esta globalización, será la de asociarse. A fin de cuentas la Iglesia nació con un marchamo católico, es decir, universal, mucho antes de que el mundo ni siquiera imaginara el término globalización.

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Congreso de laicos II

La luz ilumina, la sal sala, la levadura hace fermentar

Fase diocesana I

UN LAICADO EN ACCIÓN

2ª REUNIÓN

Pregunta:

  1. ¿Qué obstáculos encontramos para la vivencia plena de nuestra vocación?

Respuesta:

 Teniendo en cuenta que la Escritura en Pablo, nos dice: «No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual.» (Rm 12,3), descubrimos que los obstáculos que encontramos son de dos tipos. Unos, vienen de una estimación de nosotros mismos que, muchas veces, no se corresponde con la medida de la fe que nos ha sido dada y que lo único que nos aporta es desasosiego. Y es que sucede que muchos de los esfuerzos que nacen de nosotros,  aparentemente llenos de buena voluntad, pero en realidad, llenos de nosotros mismos, esfuerzos por formular la misión, por ejemplo, pueden acabar no siendo sino un obstáculo para la libre iniciativa del Espíritu. Se trata de no acabar siendo “puro impedimento”.

Dicho de otra forma, nos damos cuenta de que necesitamos estar en constante proceso de conversión para optimizar el don de Dios en nosotros. Hoy sabemos que el “culto espiritual” a que estamos siendo llamados estriba en la entrega de sí, sin prejuicios sobre cómo ha de ser esa entrega para el cumplimiento de la misión encomendada, pues al final el protagonista de la misión es el Espíritu Santo.

Pregunta:

  • ¿Qué procesos hemos de impulsar para cumplir con la misión a la que estamos llamados?

Respuesta:

Para poder cumplir la misión de evangelizar a esta sociedad, entiendo que cualquier proceso pasa por “ser nosotros evangelizados”. Como para poder perdonar hemos de pasar por la experiencia de ser perdonados y para comenzar a amar a Dios hemos de pasar por la experiencia de estar siendo amados en Jesucristo, así, si no somos evangelizados, difícilmente vamos a poder evangelizar.

Pues no es fruto de la reflexión, del estudio ni del consenso que podamos alcanzar la renuncia de sí mismo, ni la entrega al otro, ni la no resistencia al mal, sino que es pura obra de la misericordia de Dios hacia nuestro ser pecador y del amor infinito por sus criaturas.

Pregunta:

  • ¿Cómo responder y afrontar los desafíos que nos plantean las respuestas a las dos preguntas anteriores?

Respuesta:

 Los desafíos aludidos en las anteriores respuestas tienen un denominador común. De la misma forma que el Demonio se viste de ángel de luz, el celo por el Evangelio que suscita en nosotros la conciencia de haber sido llamados para una misión, frecuentemente ofusca nuestra mente, si esa conciencia se queda aislada en nosotros mismos y nos olvidamos de que la iniciativa no es nuestra sino que viene del Espíritu Santo. La respuesta a esta dificultad está en profundizar la relación personal con el Señor.

Estoy hablando del pecado. Negar que somos pecadores, es “hacer mentiroso a Dios” (1 Jn 1,8-10), dice la Escritura, de manera que el combate al que estamos llamados “no es contra la carne y la sangre, sino contra los espíritus del mal que habitan en el aire” (Ef 6,12) y el ámbito en el que se desarrolla ese combate es el ámbito de la gracia que es la que lleva adelante el proceso de renovación de nuestra mente (I Cor 6,9-11). Fruto de ese combate es la alegría, la paz y la justicia que da el Espíritu Santo, y ese fruto es un don que de alguna manera, nos lo propongamos o no nos lo propongamos, se contagia, se transmite por sí mismo de la mano del Espíritu. Más bien nos inclinamos a pensar la misión en estos términos. De modo que la misión lo que realmente exige de nosotros es estar despiertos y en pie sosteniendo en todo momento el buen combate de la fe, para mantenerla y acrecentarla en una constante búsqueda del Reino de Dios, pues lo demás no es sino la añadidura, manteniendo viva la cohesión de la comunidad de la que formamos parte en torno a la Palabra, la Eucaristía y la comunión.

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Congreso de laicos I

El invierno, aunque es el
preludio de la primavera, es frío

Fase diocesana I

UN LAICADO EN ACCIÓN

El que presentamos es el cuestionario sobre el que hemos trabajado, con una serie de preguntas presentadas en tres bloques. Como apuntaba en la anterior entrada, las conclusiones de la asamblea que tuvo lugar el 9 de noviembre de 2019, serán presentadas por nuestra diócesis de Valencia en la fase preparatoria del Congreso Nacional de Laicos a celebrar el próximo mes de febrero en Madrid.

Lo que transcribimos hoy son las preguntas y las respuestas al primer bloque, o la llamada 1ª Reunión, que presentamos el equipo de mi parroquia, santo Tomás Apóstol, de Valencia.  Los textos completos que acompañaban al cuestionario, pueden encontrarse en la web de la Archidiócesis, pero ya los enunciados dan una idea del enfoque general, enfoque que no siempre  deja expresa toda la problemática que el cuestionario conlleva ni siempre es suficientemente clarificador. Aunque sí denota el esfuerzo realizado en su preparación. Las que ponemos a continuación son nuestras respuestas, fruto de la reflexión y la experiencia propias.

1ª REUNIÓN

Pregunta:

  1.   ¿Qué aspectos positivos observamos en nosotros mismos y en nuestro entorno que nos indican que estamos en el camino hacia la tarea de ser una Iglesia misionera?

Respuesta:

La paulatina toma de conciencia del amor que Dios nos tiene, toma cuerpo en un progresivo crecimiento del conocimiento de Jesús que va haciendo madurar nuestra fe, de modo que acaba suscitando en nosotros el deseo de comunicar a los demás la Buena Noticia del amor infinito de Dios por sus criaturas manifestado en Cristo Jesús.

En nuestro entorno más próximo observamos un poco de todo, una vivencia similar a la nuestra en algunos, la conciencia de la necesidad que tiene nuestro tiempo de un mayor  compromiso, en otros y, en general, el positivo deseo de salir de la incertidumbre que la ausencia de una fe madura está sembrando en la Iglesia y que está cuestionando la estructura de la propia misión.

Pregunta:

  • ¿Qué dificultades hemos de superar aún en nuestra Iglesia?

Respuesta:

Vemos la primera y más importante dificultad que tenemos aún, en el manifiesto desconocimiento del amor de Dios por la humanidad manifestado en la cruz; pero de la anterior respuesta se desprende que hay otra gran dificultad a superar en estos momentos, y esa es la confusión que cierta jerarquía, secundada por cierto sector de laicos, están sembrando en el Pueblo de Dios. Aunque es un proceso que viene arrastrándose desde antes, incluso, del Vaticano II, se agudizó en el postconcilio y ha estallado en toda su magnitud en los últimos años. Confusión que consiste, básicamente, en el abandono del camino de la gracia, lo que implica quitarle al Espíritu la iniciativa en la guía de la Iglesia y el protagonismo de la misión, tanto en cuanto a los objetivos como a los medios, y que invierte los valores de tal modo que corremos el peligro de, en vez de evangelizar a esta sociedad, estar propiciando un proceso de conversión de la Iglesia a los postulados ideológicos del  mundo.

Pregunta:

  • ¿Qué signos positivos y negativos encontramos en el mundo de hoy y son una llamada para las comunidades cristianas?

Respuesta:

Se dan claros signos negativos en nuestra sociedad que en su mayor parte tienen que ver con un frontal rechazo a la moral cristiana, influidos por el radical individualismo relativista que impregna todo el llamado primer mundo. Estos signos nos deberían mover a vivir en fidelidad al Evangelio y a la revelación, sabiendo que la Verdad es lo único que puede sacar a esta sociedad del engaño en el que está inmersa, y que esa es una actitud que implica ir contra corriente.

Pero vemos sin embargo, una sociedad movida por la sensiblería reinante como sucedáneo de la misericordia que el cristianismo nos inculcó, con la excusa de no poner trabas a la libertad individual, y bajo la égida marxista del poder usurpando el lugar de Dios y con la pretensión manifiesta de determinar la moral social por parte de los líderes políticos. Y esta actitud es lo que nos está conduciendo a la apostasía.

Incluso, diríamos, que aquellos aspectos que pueden dar la impresión de que podemos atisbar en ellos motivos de esperanza, como se afirma en el documento que acompaña al cuestionario, aludiendo a textos de la Conferencia Episcopal Española, encontramos que no pasan de ser esperanzadores más que desde una interpretación buenista de la realidad. Por ejemplo, la “creciente valoración de la dignidad de la persona humana” que supuestamente se da hoy, no es tal si tomamos en consideración el juego nominalista con el que se está pervirtiendo el sentido de la palabra “dignidad” que nosotros, los cristianos, relacionamos únicamente con el don de la vida como expresión, no sólo de la voluntad creadora de Dios, sino del hecho de haber sido creados “a imagen y semejanza suya”.

Otro ejemplo también apuntado, el “gusto por la libertad”. Sin embargo, no se nos escapa que es un gusto, muy desarrollado, sí, pero adscrito a los derechos y eludiendo los deberes. Y adscrito a los derechos, independientemente de que el ejercicio de tales derechos construyan o, por el contrario destruyan en nosotros la impronta divina, que es lo que conforma nuestra auténtica dignidad.

En cuanto a la “solidaridad”, es fácil advertir que está, generalmente, fraguada en una falsa percepción de lo que es el amor y que, a fecha de hoy, es esclava de los sentimientos y de las emociones. Lo observamos, especialmente, tantas cuantas veces escuchamos defender a los que sufren algún tipo de discriminación con argumentos de odio hacia quienes, justa o injustamente, son considerados los causantes de dicha discriminación.

Los signos positivos, que vemos como una llamada para las comunidades cristianas, están en observar que, si es verdad que el príncipe de este mundo campa a sus anchas, pues esa es su misión, también es verdad que Jesucristo está vivo entre nosotros -y eso es algo que, a Dios gracias, es una realidad cada vez más viva en pequeños sectores de nuestra Iglesia-.  Ese estar Cristo vivo entre nosotros hoy, es algo fundamental que debería movernos a centrarnos en hacer palpables los signos que pueden visibilizar en el mundo este hecho fundamental. Si no logramos hacer ver a esta sociedad que efectivamente Cristo está vivo y está con nosotros hasta el final de los tiempos, la Buena Nueva se quedará enquistada en nosotros y no dará fruto alguno. Y ese es el fruto de la fe.

Por tanto nuestro esfuerzo o está dirigido a madurar nuestra fe o nos quedaremos en una ONG más, frustrando, en nosotros mismos, el proyecto redentor de Dios en Jesucristo.

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El laicado en los tiempos que corren

Se observa en la Iglesia una progresiva preocupación por la deriva que vienen mostrando los sondeos, tanto en lo referente al número de personas que se confiesan cristianas como al número de fieles que afirman ser practicantes.

Este dato y el de la edad media de los mismos, así como el ya evidente descenso progresivo de la población en occidente, hacen presagiar un futuro incierto y sombrío que pone nerviosos a muchos en la Iglesia, particularmente a la jerarquía.

Ese nerviosismo viene expresado de forma diversa según de la estancia de la que emane, así, desde altas estancias de la Iglesia parece estar interpretándose que el problema tiene que ver con la necesidad de una profunda renovación de la presencia y, algunos piensan que también de la esencia, de la Iglesia en el mundo, renovación que afectaría a aspectos clave de la tradición. La Tradición que es algo que hasta hoy ha sido la columna vertebral de la Iglesia Católica. Pues ha sido el garante de la interpretación de la Escritura a lo largo de sus dos mil años de historia. Las iglesias protestantes, sin esa columna vertebral, de la mano de la “libre interpretación de la Palabra de Dios” ha derivado en una interminable sopa de siglas, con tantas iglesias como intérpretes han surgido, y como era previsible, todas ellas han ido adaptándose a las dinámicas del mundo y sus mociones que, inevitablemente, afectan principalmente a la moral y a las costumbres. Huelga decir que con resultados nada halagüeños, más bien al contrario, para el sostenimiento de dichas iglesias.

Por otro lado, tal renovación, aparte de tener derivaciones importantes de toda índole, no parece ser un movimiento nacido de la mano de alguien tocado por el dedo de Dios y que ha sido dotado de un especial carisma con una misión específica para los tiempos que corren, ni está demasiado claro que las pretendidas reformas no estén impulsándose de modo más explícito que implícito por intereses ajenos a la Iglesia Católica. Con lo cual está por ver que la meta hacia la que se pretende dirigir a la Iglesia, tenga que ver algo con la misión para el mundo que tiene encomendada por Jesucristo.

Desde instancias inferiores, es decir, desde el punto de vista del cristiano raso, el análisis es muy diferente. Ni se les ocurre pensar que lo que les han enseñado, lo que han aprendido, lo que han experimentado, sea un error ni necesite de reinterpretación alguna. O bien aceptan que los cambios que se están produciendo en la sociedad son fruto del influjo del mundo, del demonio y de la carne y que, como bautizados, están llamados a dar testimonio y a interceder por sus semejantes o se alinean con la corriente que mueve al mundo, pero en vez de reclamar que la Iglesia cambie de mensaje, simplemente la abandonan, sea paulatina o drásticamente.

Es verdad que hay un tercer sector que se encuentra en un segmento intermedio entre las dos posturas expresadas, sector que no es tan minoritario. A estos les pasa que, con una conciencia laxa, pero menos que los que la abandonan, o con una mentalidad más leguleya, pretenden que lo que recibieron como doctrina, es decir, como algo normativo, deje de serlo. Simplemente para acallar sus conciencias.

Ante este maremágnum. La Iglesia jerárquica, en nuestro ámbito vital, está tomando iniciativas. Me refiero a la Iglesia española y a la Iglesia local valentina. Estas iniciativas las veo como un intento, a veces pienso que a la desesperada, por la premura con que algunos de esos proyectos han sido formulados, por dar una respuesta a la situación descrita involucrando a los laicos tal y como ya proponía el Concilio. Pero dando la sensación como si, de ese incorporar a los laicos a la solución, dependiera el éxito del proyecto renovador.

El resultado de dichos intentos, está por ver. Lo que se va viendo con cierta claridad son los planteamientos, las premisas de partida sobre las que indagar en busca de respuestas.

Así, en próximas entregas, veremos qué se está haciendo tanto en el Congreso de Laicos que la Conferencia Episcopal Española ha organizado para febrero del próximo año, como en el Sínodo Diocesano que la Archidiócesis de Valencia puso en marcha el 15 de octubre pasado.

Respecto al primero, la Diócesis Valentina, como el resto de diócesis españolas,  publicó un cuestionario a responder por las parroquias en la fase precongresual, que terminó con una puesta en común en un encuentro diocesano de laicos que tuvo lugar el 9 de noviembre pasado, la Jornada de Laicos, donde se recogieron las reflexiones aportadas por las distintas parroquias, para presentarlas, desde nuestra diócesis, al Congreso Nacional.

Respecto al Sínodo Diocesano, estamos en los prolegómenos y nos van llegando paulatinamente los trabajos, de las siete Comisiones Técnicas constituidas, para su análisis por los Consejos Pastorales de cada parroquia, de modo que sus respuestas y propuestas sirvan para confeccionar el “Instrumentum Lavoris” del propio Sínodo que tiene prevista su finalización en la solemnidad de Pentecostés del 2020.

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