- Sembrar semillas y cosechar espigas de sinodalidad
Comienza esta segunda parte con una larga reflexión sobre lo que es la sinodalidad, a pesar de haber dedicado gran parte de la primera parte a explicarla como método. Entonces, comienza diciendo que “estamos sembrando semillas para renovarnos y dinamizar el laicado en España; al mismo tiempo, estamos cosechando ya los primeros frutos de los cuales saldrán nuevas semillas de sinodalidad. De hecho, somos conscientes de estar ya contemplando brotes de sinodalidad.”. Entiendo que las semillas de las que dice el documento que se están sembrando, se referirá a las reflexiones, ciertamente acertadas, sobre en qué consiste la misión del cristiano para el mundo; y las nuevas semillas de sinodalidad que espera cosechar, tendrán que ver con la perspectiva expresada al final del documento sobre la continuidad que se propone dar a los trabajos del Congreso con el fin de responder a la que parece ser la cuestión clave: la respuesta como cristianos a la realidad social en la que estamos inmersos. Frutos estos que dice que ya se están cosechando, cuando todavía ni se atisba renovación ni dinamización alguna. Pero ciertamente hay que mantener viva la esperanza.
- La Iglesia en salida es una Iglesia sinodal
- Pablo decía lo mismo pero sin utilizar la palabra sinodalidad. Es decir, y tal como recoge el documento: “en la común dignidad y misión de todos los bautizados”, como destaca “la eclesiología del Pueblo de Dios”, se fundamenta la naturaleza de la Iglesia como comunión.
Luego continúa intentando explicar la diversidad expresada en los distintos carismas que el Espíritu da a su Iglesia, como un bien a estimar porque “nos complementa”, como no puede ser de otra manera tratándose de dones recibidos del Señor. Aquí se le da una importancia terminante al “ejercicio de la sinodalidad” que nos lleva, dice, a “ponemos a la escucha del Espíritu y hacer juntos el camino pero cada uno desde su propia responsabilidad”, lo que es, en efecto, elemental.
- La conversión pastoral y misionera
En este apartado se toca un punto clave, la necesidad de la conversión, pues, ciertamente, sin conversión no hay dones del Espíritu, ni misión, ni discernimiento que valga. El documento adjetiva esa conversión como: “conversión pastoral y misionera, comunitaria y personal” y se supone que para explicar esos calificativos, es para lo que recurre a la historia de Jonás en su misión de convertir a Nínive, y lo relata para explicar la necesidad de conversión de todos, incluida la jerarquía. Observación que me parece hoy día más que pertinente. En definitiva, es una llamada a la conversión para que desde la humildad podamos aceptar “el camino de la sinodalidad que la Iglesia está proponiéndonos hoy”. Aunque, como ya ha dicho el documento y he coincidido yo plenamente, es el mismo camino de la Iglesia desde sus orígenes: el de la comunión. O lo que Juan Pablo II explicaba con la expresión “trinidad en misión”. Para lo cual, por supuesto, es imprescindible la conversión. Por cierto que no sé si en el transcurso del Congreso fue este sacramento, el de la reconciliación, un elemento clave para el discernimiento o no.
- La importancia de la cultura
En este punto, se nos recuerda, con palabras de Pablo VI la importancia de la doble fidelidad que requiere la evangelización, fidelidad al mensaje y fidelidad a las personas a las que dirigimos el mensaje. Palabras estas que, dice el documento, nos lleva a una conclusión: “reconocer el valor de la cultura”. La verdad que no deja de ser curiosa la trayectoria del razonamiento.
Para ilustrar esta afirmación, recurre a citar “desafíos antropológicos y culturales” de los que se habló en el Sínodo sobre los jóvenes. Desafíos como “el cuerpo, la afectividad y la sexualidad, el papel de la mujer en la Iglesia y en la sociedad; los nuevos paradigmas cognitivos y la búsqueda de la verdad; los efectos antropológicos del mundo digital; la decepción institucional y las nuevas formas de participación; la parálisis en la toma de decisiones por la superabundancia de propuestas; ir más allá de la secularización” que afirma son para nosotros “preguntas de nuestro tiempo” a la espera de nuestra respuesta.
Esta relación prolija de desafíos culturales, entiendo que es el nudo gordiano de todo el documento, sin embargo, no se detiene en ninguno de ellos para intentar iluminarlos. Sería interesante ver qué dice la tradición y, sobre todo, qué dice Jesucristo sobre cada uno de ellos. Los diez mandamientos y su perfeccionamiento dado por Jesús en el Sermón de la Montaña, son la sal de la vida. Jesús no vino a abolir la ley, por el contrario, vino a cumplir hasta la última tilde de la misma. Y dijo aún más, dijo que no bastaba con cumplirla con hechos, había que cumplirla con el corazón, con las intenciones, en la más oculta de las mociones internas. Para lograr lo cual tan sólo hay un camino, hacerse uno con Él. Pues es Él, y sólo Él, quien puede hacerlo en nosotros.
La historia nos demuestra además que la misión de la Iglesia ha sido siempre, evangelizar las culturas, cosa que ha hecho, por lo general, siendo enormemente respetuosa con ellas. Respeto que no está reñido con el rechazo de tantas formas culturales fruto del desconocimiento del amor de Dios por los hombres y que ignoraban la dignidad a la que Jesucristo nos había elevado.
Para ayudarnos a enfocar el problema nos da dos criterios paulinos sobre cómo ser cristianos en nuestro tiempo: “No os acomodéis a este mundo” y “examinad todo y retened lo bueno” y añade un pasaje de Mateo: “Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo”. Y sin más pasa al siguiente punto para hablar de este mandato de Jesús.
- La Iglesia sinodal quiere ser sal y luz
Comienza afirmando que la Iglesia sinodal, es decir, la Iglesia de Jesucristo que vive la comunión, creo entender, quiere ser sal y luz para la cultura de nuestro tiempo. Y trae a colación una aportación de los jóvenes españoles al mencionado Sínodo de los jóvenes: “soñaban con una Iglesia misericordiosa, acogedora, cercana y abierta al mundo de hoy y, sobre todo una Iglesia fiel a Jesús y su Evangelio”.
La verdad es que la expresión “soñar” la veo poco apropiada tratándose de lo que se trata. Y no sólo la emplean los jóvenes. Pues Jesús no nos dice que soñemos con evangelizar a todas las gentes, nos dice: “Id y anunciad el Evangelio a todas las gentes”. En cualquier caso, el documento pasa a ponernos delante una serie de puntos que considera importante tener en cuenta para una tal empresa. Los vemos uno a uno: 1º “Salir hasta las periferias”, humildemente, acogerlos y caminar con ellos; 2º “Diálogo y encuentro” mediante los cuales la Iglesia llega “a asentarse en el mundo”; 3º “Vivir desde la oración y los sacramentos” de modo que encontremos en ellos la fuerza necesaria para tamaña empresa; 4º “Apertura a quienes buscan”, es decir, tener una actitud de “puertas abiertas” (…) para abrir puentes; 5º “Cultivar las semillas del Verbo” que ya están presentes en todos, y hacerlo paso a paso; 6º “Cercanía a los pobres y a quienes sufren”, pilar básico para la Iglesia; 7º “Anunciar el Evangelio, pues vivir la fe, exige comunicarla”, y añade “Es un anuncio que incluye tres grandes verdades que todos necesitamos escuchar siempre, una y otra vez” (ChV 115); estas tres verdades son: Dios te ama, Cristo te salva, El Espíritu da vida y acompaña en la vida” y por último el 8º “Estar a gusto con el pueblo” pues, dice: no siendo de éste mundo, vivimos en él.
Sobre este apartado, entiendo que puesto que “nadie da lo que no tiene”, el punto 3º sería el punto de partida, vivir de la oración y de los sacramentos. Como decía antes, la fe sigue suponiéndosenos. El resto de puntos, 1,2,4,5,6, 7 y 8, alguno de los cuales con formulaciones algo ambiguas, no son más que el justo ejercicio de la caridad que conlleva ser discípulos de Cristo, como un fruto que se nos ha prometido ser abundante, que es lo propio de la vivencia de una fe adulta que nos hace capaces de dar frutos de vida eterna. Y todos ellos se podrían resumir en el anuncio del Evangelio, pues es un anuncio que deberá ser de palabra, de obras y de omisión.