SÍNODO SOBRE LA SINODALIDAD I (III)

LA MALEZA ENGULLE LAS ESTRUCTURAS

COMENTARIO A LA SÍNTESIS SOBRE LA FASE DIOCESANA DEL SÍNODO SOBRE LA
SINODALIDAD DE LA IGLESIA QUE PEREGRINA EN ESPAÑA    I (III)

Parece evidente que, en la Síntesis sobre la Fase Diocesana del Sínodo sobre la Sinodalidad de la Iglesia española, no se ha recogido la voz de lo que a día de hoy es, probablemente y todavía, el sentir mayoritario de la Iglesia Católica. Y ese hecho tiene dos lecturas, o bien es porque esas mayorías no han participado o bien es porque, los que han elaborado la síntesis, animados por las ansias de novedades, están convencidos de que el problema que tenemos es estructural y dado que hemos de estar abiertos a escuchar a todos, tal y como se nos viene insistiendo, se le ha dado prioridad a todo lo que sonara a innovador, a las propuestas más llamativas aunque fueran las más conflictivas. Sin percatarse de que ese “todos” debería incluir también esa mayoritaria opinión hoy en silencio o silenciada. El hecho es que el documento tan sólo aporta datos imprecisos imposibles de avaluar, pues vienen reflejados con expresiones tales que: “unos grupos proponen…”, u “otro grupos…” o “sectores minoritarios…”.

¿Por qué se ha planteado así? Se me ocurren un par de razones, la primera es que se perseguía un propósito, y este era que acabara apareciendo con nitidez que se ha encontrado una muy concreta respuesta a la problemática que vivimos, aunque ese hallazgo resulte ser un factor del que, hace tan sólo un par de años, nadie había oído hablar y que ni siquiera existía en el lenguaje de la Iglesia Católica, aunque sí en la protestante. Me refiero a la sinodalidad.

La segunda es que esto ha sido así muy a pesar del hecho real del desconocimiento generalizado sobre qué cosa sea eso de la “sinodalidad”, ignorancia ésta reconocida por el propio documento de Síntesis. No obstante, el documento se reafirma en la convicción de que la sinodalidad es la solución a todos nuestros problemas. Y si esta es la conclusión a la que se ha llegado a pesar de esa generalizada ignorancia sobre qué cosa sea la sinodalidad, se hace evidente que es porque ha sido la jerarquía la que la ha descrito, definido e introducido en el esquema de trabajo de la Iglesia Católica, siguiendo al papa Francisco, y, por tanto, es la jerarquía la que ha puesto el énfasis en que esa es la respuesta que estaba esperando la Iglesia para encauzar su futuro y para vencer al clericalismo. Es decir, es una respuesta que responde a un claro movimiento de arriba abajo y que, sin embargo, comporta tintes asamblearios, completamente ajenos a la práctica que ha venido siendo habitual en la Iglesia Católica. Cuando, además, la problemática a la que nos enfrentamos no es tanto de estructuras como de revitalizar la fe.

Admitiendo como hipótesis que podría ser que hubiera llegado el momento histórico de dar un paso en esa dirección, por un lado, entiendo que no es serio acudir al sensus fidei como coartada para legitimar lo que no es sino una construcción que se está queriendo imponer desde las más altas instancias de la jerarquía, es decir, desde el estamento clerical, al tiempo que se está señalando al clericalismo como el gran enemigo a batir en estos momentos para actualizar la Iglesia Católica y, por otro lado, convienen recordarlo, hubo un momento histórico en el que se creyó que ese experimento era el camino para la renovación de la Iglesia Católica, y de aquel error surgieron las Iglesias Protestantes.

Pero parémonos a pensar en el porqué la sinodalidad no puede ser la respuesta a nuestros problemas. Para eso, primero que nada, habrá que identificar esos problemas y lo segundo, ver por qué tal propuesta no les sale al paso y ni siquiera puede clarificarlos ni ayudarnos a atisbar la respuesta correcta.

El documento apunta problemas como “la secularización de los creyentes y de las instituciones eclesiásticas; la pasividad en la liturgia por parte de los fieles; el desfase del lenguaje litúrgico, ornamentos, ritos y homilía, alejados del momento presente; la falta de coherencia que nos impide asumir nuestros errores y carencias; la confusión de entender la unidad como uniformidad; el no caminar junto con la sociedad actual; el que no se cuide especialmente la acogida en el caso de las personas que necesitan de un mayor acompañamiento en sus circunstancias personales por razón de su situación familiar –hay una fuerte preocupación por las personas divorciadas y vueltas a casar– o de su orientación sexual; En cuanto a los sacerdotes, les falta una formación que profundice más en la vida apostólica, en la clave de la sinodalidad y en la corresponsabilidad; la inmensa mayoría de los fieles no tienen un compromiso firme con su formación, lo que implica profesar una fe débil, llena de lagunas y carencias, que incapacita para dar testimonio público de ella, por la falta de preparación para el diálogo; además es evidente un clericalismo bilateral; una clara fractura entre Iglesia y sociedad que hace ver a aquella como una institución reaccionaria y poco propositiva, alejada del mundo de hoy; por otro lado la Iglesia no se está acercando a los hombres y mujeres de hoy ni está estableciendo un diálogo con otros actores sociales, con el fin de mostrarles su rostro misericordioso y contribuir a la realización del bien común, que es algo que ha de hacer sin renunciar a su naturaleza ni a la fidelidad al Evangelio; está también el hecho de que al no sentir el apoyo y el acompañamiento de la comunidad, a los laicos les cueste llevar a cabo la misión que tienen encomendada; también está el problema del papel de la mujer en la Iglesia; de la escasa participación de los jóvenes y de la familia; de los abusos sexuales; de  la falta de  institucionalización de los ministerios laicales; del diálogo interreligioso; los problemas de las parroquias rurales; el celibato y la ordenación de casados e incluso, la ordenación de mujeres”

Identificados los problemas, a continuación debemos preguntarnos si, verdaderamente, todos estos problemas -unos muy reales otros no tanto, pero insistentemente señalados por esa creatividad a la que constantemente se nos está invitando- están condicionando o no, la misión de la Iglesia Católica. Porque si miramos la historia de la Iglesia, no parece que sean muy diferentes los problemas a los que se enfrentó la Iglesia primitiva, particularmente a partir del cuarto milenio; problemas de formación, problemas de participación litúrgica, problemas de abusos sexuales, sacerdotes con escasa preparación y sin comprensión alguna de su vida apostólica en clave de sinodalidad, desfase en el lenguaje litúrgico y con serias dificultades para manifestarse coherentemente, con una gran falta de compromiso con su propia formación por parte de los fieles, con un evidente fractura entre Iglesia y sociedad, hasta el punto de ser una realidad completamente alejada de la mundanidad de aquel entonces, tal como lo describe la Carta a Diogneto ya en el siglo II, con la precaria participación de jóvenes y familias, prácticamente sin ministerios laicales instituidos, con un diálogo interreligioso centrado en el anuncio de la salvación como vía para superar la esclavitud de la idolatría a la que estaban sometidos los pueblos, con muchos problemas también con el celibato, etc., y sin embargo, aquella Iglesia, con todas sus deficiencias a cuestas, transformó el mundo pues logró transmitir el rostro misericordioso de Dios, manifestado en Jesucristo, a aquellas civilizaciones. Culturas para las que la Iglesia aparecía como un factor desestabilizador, y donde quienes aparecían como «instituciones reaccionarias» eran las propias culturas que acabaron transformadas.

 

 

Nota: En cursiva los textos de la Síntesis sobre la Fase Diocesana del Sínodo sobre la Sinodalidad de la Iglesia que peregrina en España. Lo que viene en negrilla, es un subrayado mío.

Acerca de Signos de los tiempos

Actualidad es la suma de las cosas que suceden, aquello que se dice sobre esas cosas y el modo en que nos afectan, y este conjunto conforma unos signos concretos y precisos que es posible interpretar. Esa es la luz que buscamos.
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